jueves, 4 de agosto de 2011

Fantino, el nuevo superheroe del twitter

¿Quién no recuerda a aquel Fantino dulce y melancólico, ex candidato a convertirse en el nuevo Tinelli, haciendo llorar a sus entrevistados en ESPN Estudio? La rutina era ésta: le preguntaba al invitado sobre el pueblo en que se crió, la plaza, la iglesia, le pasaba un tape con viejos amigos, el hermano anónimo, la fábula del hambre y la redención, y ahí estaban los grandes del deporte secándose los lagrimales en cámara. Sabíamos que Alejandro era un animal contenido, un muchacho que amasaba las emociones por abajo de la mesa, alguien que estaba para otra cosa, para ser príncipe y mendigo del fútbol destrozado, un fantasma que aúlla desde las catacumbas del Fútbol para Todos. El jinete rubio de un apocalipsis en el que River se va a la B y la Selección empata contra los juveniles de Bolivia.

Se intuía que la ternura de Alejandro era una máscara blanda: alguna vez sus dotes actorales lo llevaron a ser la garganta bostera de Mitre y el héroe relajado de las medianoches chabonas de Mar de fondo. Pero no vimos que en el diagrama de esa versión deportiva del Actor's Studio estaba la clave del futuro: un hombre del método, Fantino, un poseso de las adicciones populares.

Domingo 17 de julio de 2011, la noche siguiente a la eliminación argentina en la Copa América. "hoy presentamos: todo mal" (título del zócalo). Los apóstoles de El show del fútbol se comen los desperdicios de la última cena caníbal: las barbas del Checho Batista, los sánguches secos del buffet del Chirola Rodríguez y las piernas amoratadas de la mitad del plantel albiceleste. Tenemos al Chino "Stup" Benítez decapitando colegas con toda frialdad. Tenemos a Nicolás Distasio pidiendo sangre. Tenemos a Gabriel Anello presentando falsos hallazgos. Tenemos a Tapia, la voz tibia del oficialismo de AFA, balbuceando una defensa del Modelo. Y mientras la temperatura del no-debate sube, la carótida de Fantino se pone como un zepelín de plomo y el conductor le grita a la cámara como pocas veces se ha gritado en televisión: "¡Paraaaaaá, Mozes [a Gonzalo Mozes, el productor que le habla por la cucaracha], paraaaaaá! ¡Qué me importa si está en el corte Telefe!". Está claro que Fantino sabe más de lo que muestra, y se está riendo un poco de todos. Como sea, ese brote lo convierte en el gurú de los Tanos Pasman del país, la antena de los plateístas que trabajan duro por su ACV.

La escena también expone el modo en que Fantino transparenta los entretelones de producción: los informes con los que supuestamente no acuerda, la intención explícita del impacto ("te noto muy light", le dice al Cabezón Ruggeri antes de que el ex zaguero le pida la renuncia a Grondona), la dinámica desconcertante del show -cuándo se habla de una cosa y cuándo de otra, aunque él sabotea sus propios intentos por darle una cronología temática al caos- y, fundamentalmente, su misión política de fondo: destronar a Don Julio y ubicar a Daniel Vila, dueño de América, al frente de la AFA.

En el corazón herido de ese monstruo que es el fútbol nacional, lleno de leyendas rotas y propaganda triunfalista, Fantino aparece como el asumido mariscal del morbo. Y haciendo el trabajo sucio por nosotros, lidera un culto que tiene en Twitter su gran caja de resonancia, con el hashtag #elprogramadefantino y una reproducción frenética de las frases que se sueltan al aire. "Explotó Fanta, fue mítico", tuiteó Seba De Caro de trasnoche, al final de la Edición Mozes de El show... Y mientras caíamos en un sueño inquieto, en alguna parte empezaba a gestarse un nuevo drama futbolero.

Por Pablo Plotkin

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